Saturday, June 18, 2005

El odio en Puerto Rico

El Dr. Victor Llado escribe sobre el odio en Puerto Rico. El Dr. Llado es un importante pasado presidente del Capitulo de Puerto Rico de la Asociacion Psiquiatrica Americana.
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Nos hemos encontrado con el odio
Tomado de Perspectiva de El Nuevo Dia

Sábado, 18 de junio de 2005



Víctor J. Lladó

Siquiatra Forense

Una plaga de odio incesante se ha venido desencadenando en Puerto Rico durante los últimos años, la cual en cierto modo es el reflejo de los acontecimientos internacionales, aparte de sus determinantes isleñas. Este discurso del odio un tanto insidioso y brutal, arropa todas las relaciones privadas y los asuntos públicos del País. Una ferocidad inenarrable destruye familias unidas y un pueblo solidario, después de largos años de desarrollo y vivencias positivas compartidas.

La cara del odio asoma por todas las esquinas, se ignoran todos los avisos que presagian terribles conflictos, y como sobrecogidos por una euforia maniaca moderna, nos apresuramos a tratar de esconder esa horrible tendencia. Otros de los llamados liberales, intentan de alguna manera justificar esta cultura del odio, buscando diversas explicaciones simplistas, que si es producto de poca educación, del desempleo, del colonialismo, de las huelgas, o de hasta dinámicas psicoanalíticas. Hasta que salgamos de esa negación masiva global y estemos dispuestos a aceptar que lamentablemente el odio existe y todos nos hemos encontrado con él, esa insaciable pasión por agredir y por aniquilar, no se dejará despachar simplemente por las magias de las palabras. Sigue rampante ese odio presentando alegadas razones para su sinrazón, escondiéndose tras circunstancias alegadamente favorables, o tras oportunistas ocasiones, para disimular un deseo atroz de destruir por destruir.

Tampoco se trata de fenómenos maléficos demoníacos, como dirían fundamentalistas religiosos. El odio circundante acusa sin saber, juzga sin escuchar, condena al punto de su deseo, y cree siempre enfrentarse a un complot universal. Al final del camino, este odio atrincherado en su resentimiento, emerge con un zarpaso rabioso. El odio a veces se viste de oveja o se maquilla con ternura, es insaciable, a veces promete el paraíso y pretende ser el mismísimo Creador. Al fin y a la postre, el odio verdaderamente ama a muerte, y mata, se nutre de su devoración y envidia febril, y no se detiene ante nada ni nadie. Hasta que corramos ese velo de disociación psicológica, y miremos cara a cara a ese odio incontrolable, no podremos comenzar a erradicarlo. Hay que poner fin al autoritarismo compulsivo de izquierda o derecha y a ese narcisismo universal, que causa que el sujeto agresor se sienta inmortal hasta endiosarse.

Necesitamos recuperar y reintegrar los puntos de luz que tenemos dispersos que nacen de nuestra más prístina y elemental humanidad, reconocer nuestra finitud y mortalidad, y aceptar con humildad nuestros limitados alcances como seres del universo.

No habrá paz en el mundo, ni en Puerto Rico, y seguiremos destruyéndonos nosotros mismos y al propio planeta, hasta que se enfrente y erradique ese odio mortal, y podamos unirnos en un abrazo de solidaridad humanitaria colectiva.